“…La identidad es un concepto inventado del siglo XX, que se refuerza después de la Segunda Guerra Mundial, partiendo de un paradigma de comprensión del mundo en términos estructuralistas. Es decir, sería el conjunto lo que dota de significación a cada uno de las partes, es él quién engendra partes y, por tanto, las precede…"
J.M. García Cortes[1]
La identidad es un concepto inventado, creado para justificar un lugar en la sociedad. La idea del yo, de ser individual, es un espejismo que responderá siempre a un modo estereotipado y canónico que nos hará sentir especiales desde una autocomplacencia que el rol nos posibilitará:
“…Los seres humanos necesitan dotarse de una identidad que les ayude a configurar una ubicación en la sociedad y les permita conocerse dotándoles de un sentido de pertenencia…”
J.M. García Cortes[2]
Los alter ego. Rrose Sélavy (Duchamp)
En los años 20 Duchamp se crea un “alter ego” femenino, con el cual cambiará su identidad y llegará a firmar muchas de sus obras: Rrose
Sélavy, así Duchamp da voz a su parte femenina, construyendo un rol femenino a base de los atributos superficiales de la feminidad.
Del mismo modo que Rrose Sélavy, la madre de mis personajes surge desde los artificios que esconden, por un lado, y desvelan por el otro: pelucas, pieles, uñas postizas y poses sensibles. Códigos de género que establecen la cara, como un bastión más de su representación.
“…El rostro es un lugar de disimulo, la superficie donde se inscriben las más extrañas simulaciones que componen la ficción del sujeto; un abismo que refleja la fragilidad del ser, la alteridad de su existencia, lo oculto de los significados, la precariedad de la identidad, la incertidumbre de la apariencia, la metamorfosis de la imagen, lo aleatorio de la evidencia...”
J.M. García Cortes.[3]
La otredad de Duchamp se convierte en mi trabajo en leit-motiv que da excusas a todas las narrativas de mis proyectos, a todas las “búsquedas narrativas” de mis propuestas y da lugar a la segunda línea de fotos que conforman este proyecto. Primero “la madre” interpretada desde una genealogía que evoca a imágenes antiguas, las únicas fotografías en blanco y negro, analógicas, coloreadas con acuarelas, en un relato que evoca al tiempo, y a la misma naturaleza de lo fotográfico. De algún modo, jugando con la capacidad innata de la fotografía de crear certificados de realidad.
“...Y es que si de algo es posible la fotografía es de ser creadora de realidades, si no pertenecen a la memoria, la crean...” “...la fotografía no solo inmoviliza el tiempo, sino que además lo bloquea, enseguida lo convierte en un monstruo, en un ritual...”
Roland Barthes[4]
. Las ficciones del yo. Representaciones de género: De Del LaGrace Volcano a Cindy Sherman
En una búsqueda casi catártica entre mi propia imagen surge la serie “primogénitos”: Tenía dieciocho años y el miedo propio de la edad a la propia imagen, esas fotos nacen casi en valor terapéutico. Y son el comienzo del todo el desarrollo que aquí presento: Esta serie de cinco fotografías que son prácticamente un almanaque, en el que yo, desde la circunstancias de lo físico represento una serie de roles en distintos modelos de masculinidad. Son el primer acercamiento a la fotografía con cierta idea de proyecto, son analógicas y no hay en ellas ningún tipo de retoque digital. Son las fotos más reales que he representado.
“…Esa identidad es provisional, siempre precaria, dependiente, constantemente enfrentada con una relación inestable de fuerzas inconscientes con significados sociales y personales...” J Weeks[5]
“Representando” un concepto de identidad no desde la asunción, sino una identidad construida, reflexionando sobre los valores que constituyen lo masculino. Desde esta serie de cinco fotografías (primogénitos), en pose frontal centrado y mirando a cámara, rodeado de espacios descriptivos de una designación social, recurro a entornos familiares -a mi cotidianidad- a espacios propios a mi biografía, fundiéndolos en estas ficciones del yo. Donde mis propios entornos se convierten en escenografías altamente connotativas y narrativas (el salón de la casa de mis abuelos, la calle donde mi tío siempre aparca su coche, el sofá donde mi madre se sienta a coser). Los lugares donde vinculo la construcción de esa identidad que ahora parafraseo y desmitifico. En unas fotos donde los personajes parecen recordar a los de Del LaGrace Volcano. Un fotógrafo transgénero cuyo trabajo, y su vida personal están basados en dar visibilidad a los espacios de diferencia entre los géneros. Ella, él presenta fotos de transexuales, de mujeres que viven como hombres llevándolo hasta los últimos designios de la imagen.
En sus fotos, como en las mías, salvaguardando las evidentes diferencias, imágenes realizadas desde los “valores de género”, que al final son un producto del entorno social, decisivo en nuestra propia comunicación, y que trasmitimos a través de nuestras apariencias; apariencias que ejemplifican la subordinación ante los roles sociales asignados, y el posicionamiento o no, dentro de la jerarquía establecida.
“…El hombre: masculino, la mujer: femenina (…) Lo masculino partícipe de todas las cualidades de lo sólido: claro, bien definido, limpio, delimitado, y sobretodo natural. Y sin embargo, lo femenino bien lo desarrollen los hombres o las mujeres, se presenta como algo extraño, indefinido y desconocido, sinónimo de fragilidad y pasividad (…) Lo femenino no es exclusivo de las mujeres ni lo masculino de los hombres…”
J.M. García Cortes.[6]
Masculinidad y feminidad que vienen dadas desde un proceso de aprendizaje, siendo una producto de la otra, definiéndose en una relación bipolar, sólo existentes en relación mutua.
La identidad nunca viene dada, sino que en cierto modo se va afianzando en relación a los otros. Y es que la masculinidad no es una esencia, no tiene un carácter universal ni constante, es cambiante de contenido, actitudes y comportamientos, que varían significativamente según contextos.
El sociólogo ingles Jeffrey Weeks, define perfectamente la problemática sobre la que circunda mi propuesta, y el término identidad al hablar de “Proyecto de identidad”, y de “búsquedas narrativas”
“…las identidades son “proyectos”,” búsquedas narrativas” “performances” (…) somos híbridos, lo que lejos de implicar una disolución del yo supone de hecho un reconocimiento de que la tarea de encontrar un ancla para el yo, una narrativa que de sentido a todas nuestras dispares pertenencias potenciales: es una tarea de invención y de auto invención donde el significado de lo que es ser un hombre se convierte en más problemático que nunca”
Jeffrey Weeks,[7]
Y eso es mi trabajo básicamente: “búsquedas narrativas”, desmitificando la idea de identidad personal, en torno a una disolución del yo, en torno a las ficciones del yo.
Cindy Sherman ha explorado a lo largo de todo su trabajo la idea de identidad, presentándonosla como algo que siempre es falso, parcial, banal y estereotipado, susceptible de hundirse o de deshacerse. Cindy Sherman -en la misma estrategia que yo he tomado, y siendo referente constante en la construcción de mi trabajo- lleva treinta años en deconstrucción de la identidad, renunciando a tener una imagen propia, multiplicando ésta hasta el infinito: empeñada en demostrar que la idea individual del yo, unitario y uniforme, no existe; sino que es una construcción imaginaria y ambigua, un juego interminable de reproducciones y copias, circunscribiéndose no ya a la idea del “yo”, sino, como mucho, a las ficciones del “yo”, de tal modo que a pesar de mostrarse así misma, no descubre nunca su verdadera identidad.
Cindy Sherman nos presenta una identidad colectiva, de la que cada uno se abastece, como en un depósito. El “yo” como una construcción imaginaria, que ella forma a través de estereotipos tomados de las imágenes de los “mass media” y de las imágenes modelo que la proliferante y caníbal iconografía colectiva de la mujer, presentada como objeto pasivo de la mirada. Alejándose de cualquier idea relativa a la autorrepresentación, ya que ni siquiera son retratos de nadie, representa a la mujer occidental contemporánea. Siendo este el tema central que genera su trabajo; siempre entorno a la representación de la mujer y de lo femenino. Un estudio de los valores de género, que también está presente en mi trabajo, pero que en ningún momento se convierte en el elemento central de la narrativa de mi propuesta.
Del mismo modo que ella, las imágenes que yo busco, no son de origen primigenio, son imágenes que aluden a otras imágenes. El espejo en el que yo busco mi reflejo, no es el mismo que el de Sherman. A pesar de los lugares comunes, y en la misma idea de imagen creada como un signo, como una cifra, como espacio para el simulacro y la denuncia, mis imágenes parasitan en lo biográfico: Los atributos de la mitología que voy presentando, son los atributos de mi mitología personal. Cuando me visto de militar, llevo el uniforme que mi tío llevaba cuando hizo la mili en la Guardia Real, cuando me visto de colegiala tomo la misma pose que mi madre en una foto de cuando tenia 12 años. Paralelamente a mi fotografía haciendo la comunión, mis hermanos pequeños también hacían la comunión.
El depósito del que yo me abastezco es mi propio álbum familiar, que no casualmente es igual que el de cualquier otra familia.
Psicoanálisis como estrategia artística. Michel Journiac
“…Tanto nuestra noción de lo real como la esencia de nuestra identidad dependen de la memoria. No somos sino memoria. La fotografía pues es una actividad fundamental para definirnos que abre una doble vía de ascesis hacia la autoafirmación y el conocimiento…”
Joan Fontcuberta[8]
Casi como en táctica de cronista, el artista francés Michel Journiac, refleja en su trabajo toda esa parte cinematográfica y literaria del psicoanálisis, convirtiéndolo más que en un método científico, en estrategia narrativa aplicable; como método de análisis crítico adaptable a la historia y la cultura: el Complejo de Edipo, el complejo de castración, el deseo fálico de las mujeres, el instinto de muerte…más allá de cualquier base empírica o científica, también para mi trabajo, se convierte en un lugar del que tomar citas y posturas y referencias para la articulación narrativa del proyecto artístico.
Michel Journiac desde un cuestionamiento de la construcción moral aleccionadora, y en todo un estudio sobre la imagen (las apariencias y la ropa) y la sociedad, plantea los mismos términos que yo trato en mi trabajo: La identificación a base de roles sociales, el cuerpo como objeto social, y la ropa como símbolo y como sistema de significación.
Journiac en “24 horas en la vida de una mujer ordinaria” de 1974 se traviste y realiza tareas cotidianas de mujer, en esta serie de 24 fotos de realismo sobrio y banal, parodia e ironiza, en torno a los sistemas de identificación. En “El incesto” de 1975, o en “Homenaje a Freud” de 1972 -exactamente igual a como yo lo podría hacer- representa todos los papeles de su familia travistiéndose para convertirse en su padre, madre e hijo, multiplicándose para identificar la idea de apariencia con la de camuflaje, como continua metáfora de la represión social que él expone en sus obras.
Mi trabajo en ningún momento trata de aludir al inconsciente -eje generatriz de las teorías del psicoanálisis-aunque supongo que sí que halla mucho de introspección (como en cualquier proyecto artístico lo hay), y seguro que Freud tendría mucho que decir sobre mis fotos. En cierto modo, mi trabajo tiene mucho de terapia, aunque tan sólo sea por la metodología en la que se genera.
Aludiendo a términos que el psicoanalista utiliza en su trabajo como herramientas de terapia, como la idea de “objeto, espacio transicional[9]”, noción en la que se fundamenta conceptualmente toda la gráfica que utilizo en la generación de espacio de la instalación[10], o la idea de “constelación familiar[11]”, desarrollada por Bert Hellinger, el creador de este método terapéutico que se fundamenta en la representación de grupos familiares, donde cada personaje que interviene en la terapia grupal interpreta un papel en la familia que se está analizando, y que casi de forma literal describe la narrativa que en mi proyecto utiliza para establecer la praxis casi de literatura, que articulando los distintos elementos que componen la instalación que proyecto en esta memoria, mediante una colección de fotografías que se van relacionando entre sí, como en un árbol genealógico.
Retratos ficticios. Keith Cottingham
De las primeras fotos, que realicé en el 2002, a las últimas que estoy vinculando a este proyecto han pasado cinco años, y en el desarrollo de este tiempo las fotos han ido cambiando: de los retratos frontales en blanco y negro, a retratos de cuerpo entero posando plácidamente. De poses frontales clásicas, a fotografías modelo, propias de fotógrafo dominguero, con fotomontajes que replican a lo real; finalmente, fotos que se sitúan en el vacío, sin espacios que las ambienten, en poses sobreactuadas, con personajes que van perdiendo los rasgos de identificación, convirtiéndose simplemente en pose, como los “Retratos Ficticios” de Keith Cottingham de 1992, en los que los modelos que posan están generados por ordenador, ahondando en esta idea, -que vengo planteando- de disolución de la identidad, produciendo ficciones que replican a la realidad. Configurando imágenes, identidades, ficticias, por manipulación digital, creando retratos que van sumando todo el ideario canónico, obteniendo rostros que representan una perfección no entendible, perturbadora.
El espejo que Keith Cottingham nos presenta no nos revela a nosotros mismos, sino a nuestras invenciones, construyendo imágenes desde el canon, como si fuera todo perfecto.
Los retratos que yo vengo representando, del mismo modo que Cottingham, a pesar de tenerme siempre como modelo, el cuerpo físico, referencial (real), éste cada vez es menos evidente, y los rasgos que lo evidencian cada vez menos característicos. Cottingham previamente construye un modelo en cera que escanea y que posteriormente recubre digitalmente de piel y pelo, y le acaba dando una apariencia puramente fotográfica. No existe el referente real, sino que éste se construye en la pantalla.
Yo, en mis fotografías, comienzo esta transformación desde el cuerpo físico, en un proceso completamente vivencial en el que voy perdiendo los atributos que me representa para tomar otros prestados, que se evidenciarán en la fotografía, la cual seguiré tratando una vez producida, prácticamente en la misma construcción ideática que Keith Cottingham.
[1] “El rostro velado. Travestismo e identidad en el arte”, Kulturnea, Guipuzcua, 1997, página 219. [2]“ El rostro velado. Travestismo e identidad en el arte”, Kulturnea, Guipuzcua, 1997, p.219 [3] “El rostro velado. Travestismo e identidad en el arte”, edit. Kulturnea, Guipuzcua, 1997, página 108. [4] “la Cámara Lúcida, nota sobre la fotografía”. Paidós Comunicación. Página 158. [5] “El malestar de la sexualidad”, Madrid, Talasa, 1993, página 295. [6] “Construyendo Masculinidades” en el catálogo “Héroes Caídos, Masculinidad y representación”. EACC. Castellón, 2002. Página 31. [7] “Héroes Caídos, Masculinidad y representación”. EACC. Castellón, 2002. Página 179. [8] “El beso de Judas, Fotografía y verdad”, Edit. Gustavo Gili, Barcelona, 1997, p.56 [9] Winnicott, D. “ Juego y realidad. Edit. Gedisa. Barcelona.1994 [10] un espacio entre interior e interno, concepto desarrollado posteriormente en el punto 2.6_1. “Elementos gráficos. Construyendo del espacio” página 65.